miércoles, 26 de septiembre de 2012

Los espíritus también lloran (parte 3)


Abro los ojos. Estoy llena de cables, tubos y alguna otra cosa que no reconozco. Llevo una mascarilla que me suministra el oxígeno. Miro al frente. Nathaniel está sentado frente a mí. Me he desmayado. Otra vez. Desde hace menos de un mes me pasa muy a menudo, pero no de esta forma. Qué susto más grande. Ya al menos sé lo que es si me pasa de nuevo.
-¿Nathaniel? –Consigo articular en un susurro.
Nathaniel me mira y me abraza fuertemente. Lo poco que he podido ver en sus ojos ha sido que ha llorado...
-Gwenny, ¡por fin! No me vuelvas a dar este susto que me has dado.
-Lo siento, Nat...
-¿En serio me pides perdón por eso? –Me mira y me sonríe-. Me alegro que estés aquí... Te quiero mucho, Gwenny.
-Y yo, Nat.
Sonrío. El médico entra y después de una larga charla dice que ya estoy mejor como para volver a casa. Al parecer, he estado varios días aquí, haciéndome algunos estudios para comprobar algunas cosas. Aunque no entiendo una cosa: si de verdad estoy tan bien como dicen, ¿por qué los tubos y todas esas virguerías? El caso es que al final me mandaron a casa esa misma tarde. Nathaniel seguía preocupado por mí, por lo que le dije que si quería volver a dar un paseo conmigo. No para de decirme que si tengo que descansar, que si me puede pasar de nuevo... Pero yo quiero volver a salir. Cualquiera de estos días puede llegar mi fin y quiero haber salido antes de que eso llegue. Tengo que hacer muchas cosas antes de morirme. Discuto con Nathaniel. No entra en razón, pero no quiero decirle lo que pienso. Le digo que hoy ya no nieva, que a lo mejor me pasó eso por el golpe de frío, por el contraste de temperatura. Nathaniel lo sopesó y me dijo que después de comer iríamos a tomar algo fuera.
La escena se repite ante mis ojos: guerra de bolas de nieve iniciada por mí. Pero esta vez no corro. Bueno, no hasta que Nathaniel también empieza a lanzarme bolas de nieve. Me decía que parara, que tenía miedo de repetir lo de aquel día, pero al final se rindió y me siguió el juego. Reímos, al igual que aquel día, hasta que, de nuevo, mi corazón empezó a brincar. Pienso que es normal, que me pasa lo mismo de ese día, así que no le doy importancia. Poco a poco va bajando el ritmo. Estará volviendo a su ritmo normal. De pronto oigo todo como la otra vez, como lejano. Se me vuelve a nublar la vista. Me tiemblan las piernas y el dolor vuelve a comenzar. Pero esta vez es aún más fuerte. Me retuerzo por dentro, pero no lo demuestro. Nathaniel está relajado. Pero... mi corazón... ¿sigue ahí? Me pongo la mano en el pecho. Sigue ahí. Débil, pero ahí está. Nathaniel me mira empezando a asustarse, pero sonrío. Todo desaparece de mi vista y caigo al suelo... Esta vez creo que sí que ha llegado mi hora. Noto que me reincorporan un par de manos cálidas. Vuelvo a ver un poco. Nathaniel está a mi lado. Me mira preocupado. No tengo fuerzas. Se me saltan las lágrimas. Pero no dejo de sonreírle.
-¿Gwen? –Dice muy preocupado.
-Sigo aquí. ¿Ves? –Digo con una risita forzada.
Nathaniel empieza a gritar pidiendo ayuda, pero no hay nadie alrededor.
-Gwenny, por favor, no puedes irte... –Los ojos se le llenan de lágrimas-. ¡Aún no! –grita Nathaniel con todas sus fuerzas.
-Shh... –Le pongo un dedo en los labios-, no te preocupes por mí –le seco las lágrimas como puedo-. Bicho malo nunca muere -río débilmente-. Vaya adonde vaya estaré bien.
-Gwendolyn... Por favor, no te vayas...
Nathaniel me abraza fuertemente. No tengo fuerzas para corresponderle el abrazo. Una punzada enorme llega a mi corazón. Me retuerzo y doy un pequeño grito de dolor.
-No llores. Por favor –sonrío con una fuerza sobrehumana-. He vivido gracias a que tú estabas a mi lado. Nat, mi alegría del día a día es gracias a ti...
-Gwen...
-Por si no vuelvo a verte, prométeme una cosa: seguirás tu vida sin mí. ¿De acuerdo? –Sigo sonriendo. Mi corazón se va parando. Es el fin. No sé si tendré tanta suerte como la última vez.
-Te prometo que lo intentaré, Gwen...
Levanto el dedo meñique de la mano derecha. Nathaniel hace lo mismo y los unimos. “Promesa realizada”, susurra Nathaniel. Sonrío con mis últimas fuerzas. Las lágrimas se me saltan solas. No puedo evitarlo...
-Nathaniel... Te quiero... Gracias por todo...

sábado, 22 de septiembre de 2012

Los espíritus también lloran (parte 2)


Tras la merienda me visto con ropa de abrigo. Me he puesto mi jersey blanco de cuello vuelto con mis pantalones vaqueros. Me he apropiado de un abrigo bastante grueso, guantes y bufanda. Hoy le he dicho a Nathaniel que me siento mejor y que puedo salir a dar un paseo con él. Tras mucho divagar, al final ha aceptado. A regañadientes, pero vamos a salir. Realmente tengo ganas de salir. Nathaniel también se abriga, pero menos que yo. Se ha puesto una camiseta gruesa de manga larga y unos pantalones negros, con su abrigo y guantes. Ha preferido no optar por la bufanda. Me coge de la mano y echamos a andar por la calle. Llegamos a un descampado. Es diciembre, por lo que el ambiente en las calles es muy ajetreado. Las compras de Navidad lo acaparan todo. Me parece una eternidad desde mi última Navidad sin estar enferma. Está nevando. Me gusta la nieve. Bueno, desde que no puedo salir de mi casa me gusta todo lo que veo. Ahora aprecio hasta el más mínimo detalle. Miro a Nathaniel. Está muy pensativo. No puedo dejar que se siga preocupando tanto por mí. Quiero hacer algo para animarle. Me siento muy culpable de cómo se siente... Miro al suelo y se me ocurre una brillante idea. Me agacho, hago una bola de nieve rápidamente y se la lanzo.
-¡Eh! ¿Pero qué haces? –Exclama Nathaniel entre risas.
-¿A ti qué te parece? –Le lanzo otra-. ¡Inicio una guerra!
Nathaniel me mira asombrado, como si no se lo hubiera esperado. Finalmente sonríe.
-Tú lo has querido.
Nathaniel se agacha y hace una bola de nieve, pero antes de que pueda lanzarla le tiro otra que le da de lleno en la cara. Me lanza la bola y me da en el brazo. Reímos muchísimo y echo a correr gritando “atrápame si puedes”. El corazón me late tan deprisa que puedo notar como casi se me sale por la boca. No dejo de reírme. Miro a Nathaniel que viene corriendo detrás de mí. Se para en seco y se agacha para hacer otra bola. Se levanta y me sonríe. Me paro yo también, riendo. Me tiemblan las piernas. Empiezo a oír todo mucho más bajo, como si estuviera todo muy lejos de mí. De repente Nathaniel desaparece de mi vista. Empiezo a notar un dolor persistente en el estómago, que se extiende por todo mi cuerpo. Pierdo el equilibrio completamente y caigo al suelo, viéndolo todo negro. ¿Esto es... la muerte?

jueves, 20 de septiembre de 2012

JACK (parte 1)


            Carga completada.
            -¡Harry! ¡Ven! Jack ha terminado su carga –gritó Sally.
            Harry acudió corriendo al oír los gritos de su esposa. Ambos eran científicos desde hacía bastante y querían un hijo. Tras muchos intentos de Sally de quedar embarazada, descubrieron que era imposible. Ella era estéril. Por ello decidieron crear a JACK: Journeying Android Created for Knowing (Androide Caminante Creado para Pensar). Querían que su hijo, a pesar de ser un androide, pudiera pensar y tener sentimientos. Se llevaron muchísimo tiempo investigando, hasta que por fin lo consiguieron. También querían que llevara una vida casi humana. Querían que pudiera comer, respirar, estudiar y que, cuando llegara su día, pudiera enamorarse de una chica y hacer el amor con ella. Sally y Harry sabían que si Jack podía enamorarse querría poder hacerlo, así que lo crearon exactamente como un chico humano. Al principio, Sally dudó, pero Harry la convenció de que así sería prácticamente un humano real. Lo crearían como un chico de diecisiete años, con los conocimientos que podría haber obtenido de haber sido humano, y con la conciencia de poder escoger su futura carrera y sus estudios. Realmente querían que Jack viviera como una persona humana, pero no podría tener hijos.
            Jack abrió los ojos lentamente. Tenía un ojo azul y el otro marrón oscuro. Empezó a mover uno a uno los dedos de sus manos, mirándolas seriamente, estudiándolas. Apenas parecía un androide. Era un chico aparentemente humano, alto y guapo. Con el pelo un poco largo, negro. Era de tez pálida y estaba perfectamente dotado con un torso fuerte. Únicamente estaba vestido por la parte inferior con unos pantalones vaqueros negros que Harry había comprado previamente.
            Harry dio un abrazo a Sally. Ésta última empezó a llorar de felicidad. Jack los miraba de arriba abajo, intentando averiguar qué era todo lo que le rodeaba. Estaba confuso.
            -Jack –dijo Harry-, soy tu creador, Harry. Y ella es Sally, mi esposa.
            Jack no hablaba. Sally se acercó a él lentamente y le tomó la mano, sonriendo.
            -Jack, no tengas miedo. Somos tus padres –Jack calló. Seguía sin mostrar expresión alguna y no articulaba ninguna palabra-. ¿Puedes hablar? ¿Me entiendes?
            Jack abrió la boca lentamente.
            -Yo entiendo –dijo Jack finalmente, asintiendo. Tenía una voz humana, no de robot.
Sally le dio un abrazo a Jack suavemente. Jack subió sus manos hasta la espalda de Sally y correspondió al abrazo.
-Jack, cariño, estoy tan contenta de que al fin estés vivo...
-Yo también, mamá –hablaba lento, pero sabía hablar que era lo importante. Sally se emocionó al oír la palabra “mamá”.
Harry le mostró la salida a Sally, y ella le cogió la mano a Jack para salir del laboratorio y subir a su casa. Jack parecía contento a pesar de no mostrar emoción alguna. Entraron a la casa por la puerta que conectaba el sótano, es decir, el laboratorio, con la habitación de Sally y Harry.
-¡Hannah! ¡Dani! –Gritó Sally-. ¿Dónde estáis?
-En el salón viendo la tele, tía Sally –dijo Hannah.
Hannah y Dani eran los hijos de Emma, la hermana de Sally. Emma y su marido murieron en un accidente de tráfico hacía ya cinco años, cuando Hannah tenía doce años y Dani siete. Por ello, Sally y Harry se hicieron cargo de Hannah y Dani como si fueran sus padres, pero aún no habían conseguido que ella les llamara “papá” y “mamá”. Dani ya lo había asumido y les decía “mami” y “papi”. Él siempre había sido más cariñoso que Hannah. Sally y Harry se acercaron al salón.
-Dani, Hannah –empezó a decir Harry-, tenemos una sorpresa para vosotros.
Dani se levantó de un salto del sofá.
-¿Qué es, papi?
Hannah ni siquiera apartó la vista de la televisión. No mostraba ningún sentimiento desde el accidente a diferencia de Dani. Ella sabía que él nada más que tenía doce años y que tenía derecho a ser feliz y disfrutar de la vida, pero el aparentar que no estaba triste por la pérdida de sus padres le parecía excesivo.
-Tenéis un hermano –dijo Sally.
Hannah, asombrada, giró la cabeza hacia ellos. No podía creérselo. O su tía Sally había disimulado muy bien el embarazo o habían adoptado a alguien. Hannah esperaba ansiosa ver a su “hermano”.
-Éste es Jack.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Los espíritus también lloran (parte 1)


Hoy cumplo ya dos años. Y no precisamente de vida. Llevo dos años con una enfermedad mortal: leucemia. No me quieren informar de los estudios que me hacen. Dicen que es por mi bien, que así no me preocupo por nada. Pero aunque no me lo digan, si yo sé lo que me pasa, me seguiré preocupando, ¿no? No me ayuda en nada. Al contrario. Si no me lo dicen puedo pensar lo peor. Recuerdo cuando me la diagnosticaron. Fue un duro golpe para mí. Mis padres aún siguen buscando una cura, pero han tenido que irse fuera de Inglaterra. Les echo de menos...
Estoy sentada en la cama mirando por mi ventana. Está nevando. Suspiro fuertemente y toso. Me lamento por ello. A mis diecisiete años y tan débil... La puerta de mi habitación se abre y veo a Nathaniel entrar con una bandeja.
-Gwenny, te traigo la merienda –me dice risueño. Le devuelvo la sonrisa.
-Muchísimas gracias, Nat.
-No hay que darlas.
A Nathaniel le conocí con catorce años. Entré nueva en el instituto y se acercó a mí para conocerme a pesar de estar en un curso más. Me enamoré de él muy pronto. Es un chico genial: simpático, alegre, amable, divertido...  Es más, cuando me enteré de mi enfermedad fue el único que se quedó a mi lado y decidió vivir conmigo cuando mis padres tuvieron que irse para seguir investigando fuera del país. Cuando dejé el instituto él lo dejó por quedarse junto a mí.
Nunca le digo a Nathaniel cómo me siento en realidad. Aunque empeore, siempre le digo que estoy muy bien. Él se alegra por mí. Me gusta verle feliz. Por eso nunca le digo nada. Nathaniel dice que me curaré, que sea optimista. Siempre me dice “te veo mejor, Gwen. Ya te queda menos para curarte”. Sé que miente. Sé que sabe perfectamente que voy empeorando por momentos. Lo sé. Pero no quiero hacerle daño...
-Mira, es tu favorita –me muestra la bandeja con dos zumos de naranja y pan con un trozo de chocolate en su interior-: pan con chocolate –me dice con una sonrisa.
-Nathaniel Jones, engordaré muchísimo por tu... amabilidad –río.
Nathaniel me mira con sus cálidos ojos marrones y me sonríe.
-Gwendolyn Taylor –dice imitando mi tono, pero lo suaviza inmediatamente-, has perdido mucho peso –me acaricia el pelo-. Come, cariño.
Me da el plato con el pan y deja el vaso con el zumo en la mesita que hay justo al lado de mi cama. Se retira de mí y se acerca al piano que hay justo frente a mi cama. Se sienta en él y empieza a tocar mi canción. Nuestra canción. La compuso para mí. Me dijo que no tenía letra, pero igualmente yo se la puse. Mientras él toca para mí yo canto para él. Me encanta ver cómo pasa sus dedos suavemente por cada tecla del piano, emitiendo cada nota de la canción. Y yo, cantando como puedo. Me siento feliz y bien en estos momentos así. Casi puedo sentir que me olvido de la maldita leucemia y vuelvo a vivir. Cuando acaba la canción, Nathaniel coge su zumo y viene hacia mí. Se queda a mi lado.
-¿Sabes? Me encanta tocar para ti –me dice amablemente.
-¿En serio? –Sonrío ampliamente-. Eso me hace muy feliz.
-¡Por supuesto! –Ríe-. Pero luego eres una carga... ¡siempre pides más! –Niega con la cabeza, riendo.
-¡Hey! ¡Me gusta oírte tocar!
Nos echamos a reír. Voy a coger mi zumo, pero las manos dejan de hacerme caso. No me responden. Se me cae el vaso al suelo. Ambos paramos de reír casi simultáneamente. Nathaniel y yo miramos al suelo, observando el vaso roto y el zumo extendiéndose alrededor. Nathaniel desvía la mirada lentamente hacia mí, pero yo la desvío hacia mis manos, preocupada.
-Lo... lo siento –le digo apenada.
Nathaniel me sonríe forzadamente. Parece triste a pesar de la maravillosa sonrisa que figura en su rostro.
-No pasa nada. Voy por otro.
Le agarro la mano y sonrío como diciendo “no te preocupes, no ha sido nada”, intentando tranquilizarle. Sale de la habitación y cierra la puerta tras él. Aunque intenta hacer poco ruido, escucho que está llorando. Perdóname, Nathaniel... Intento no preocuparte y ¡es lo único que estoy haciendo! Le digo una y mil veces que estudie, que vaya a la universidad. Pero no quiere. Nathaniel... tienes dieciocho años y cuidas de mí... Me odio a mí misma.